De entre los diferentes fantasmas que acechan el Estado de Derecho y las democracias, la fragmentación política se erige como uno de los más significativos en nuestro actual panorama. Es muy normal escuchar con asiduidad en los medios de comunicación sobre la deriva fragmentada que ha tomado la esfera política de nuestro país y de otros países vecinos. Políticos, juristas, académicos, expertos debaten sobre cuáles han sido los condicionantes que nos han llevado hasta aquí y cuáles son las consecuencias de esta situación. Todo ello se encuadra dentro de la trayectoria que desarrollan los partidos políticos como eje central de nuestra organización constitucional. Ya desde finales del siglo XIX, el protagonismo de los partidos fue palpable y éste no ha dejado de aumentar a lo largo de las décadas y de los siglos. Ni siquiera la irrupción del 15-M y la aparición de las «nuevas» formaciones políticas acabó con el sistema de partidos heredado del Estado social de Derecho. La influencia de éstos irradia no sólo el itinerario de las instituciones del Estado sino también el día a día de la ciudadanía. Por eso, es ind